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Vientos de Noviembre – Enrique Cay

Enrique Cay creció en los límites de Sumpango, municipio de Sacatepéquez. Las historias y los cuentos de la tradición oral, alrededor del hogar, forman parte de sus recuerdos más intensos. Al caer la noche, acompañaba a su mamá, mientras ella torteaba. Él se encargaba de encender el candil o las candelas, a la espera de su papá, quien trabajaba como albañil, tarea que alternaba con la siembra de milpa, frijol y algunas hortalizas, según la tradición de los habitantes del altiplano guatemalteco.

Envuelto en aquella atmósfera de cultura ancestral, Enrique esperaba los vientos de octubre y noviembre, con la ilusión de volar barriletes, rito que viene desde el siglo XIX. Con amigos y vecinos, recorría grandes distancias para adentrarse en los bosques sagrados, en busca de varita de cola de coyote, una planta graminea alta, cuya caña firme y recta, se aprovecha para las armazones de los barriletes pequeños. Al final de octubre, las símbolicas piezas multicolores estaban listas para ser encumbradas durante las celebraciones de Todos los Santos y los Santos Difuntos.

Existieron otros acontecimientos en la vida del artista que, en el siglo XXI, comparte con nosotros su vocación y entrega. Tal es el caso de la colaboración con su papá en las tareas del campo, que propició su encuentro con el color, cuando un golpe del azadón en la tierra hizo que un rayo de sol se reflejara en un frasquito de vidro color ambar con un brillo fascinante.

Como esa atractiva luminosidad, de las obras de Enrique Cay emergen el sentido de pertenencia, construido alrededor del fuego del hogar; la ceremonia diaria de encender la luz de las candelas al caer la noche y la búsqueda de varita de cola de coyote en los sagrados bosques milenarios. Son los símbolos que forman parte de ese imaginario cultural que ha ido guardando en su cerebro y en su espíritu.

Precisamente sus pinturas y esculturas, caracterizadas por el colorido, la presencia del paisaje sereno y radiante y la grandiosidad e intimidad de la figura humana, dan testimonio de la conexión entre el autor con su entorno cultural y de su búsqueda constante de la verdad y la belleza.

No cabe duda que la obra de este singular artista vibra con un sentimiento, a la vez espiritual y tangible, que refleja su personalidad, la entrega a su vocación y a su familia, y manifiesta los acontecimientos que rodearon su niñez. También muestra las experiencias posteriores que lo han ido forjando como el gran ser humano que conocemos.

Cabe mencionar que, en el ámbito de la transmisión de valores, Enrique Cay es portador de ideales, experiencias psíquicas, imaginarios y símbolos que, a través del arte, desencadenan pequeños cambios de percepción en los espectadores. Este proceso de comunicación favorece el diálogo, la armonía y la inclusión dentro de los grupos que se acercan a la exhibición de sus obras y contribuye con el desarrollo integral de cada persona.

Enrique Cay es un portador de luz, buscador de varitas firmes y rectas. Con sencillez, declara que en cada obra impregna su amor, el olor del musgo de las montañas y los volcanes y el sonido del viento de los bosques sagrados, y luego la deja volar a un nuevo hogar para que transmita paz, armonía y serenidad. Nos complace presentar su obra en la Galería Rozas-Botrán de Paseo Cayalá.

 

Jose Rozas-Botrán

Guatemala, septiembre 2020

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